M de R
Quintana Roo. – El corazón de Bacalar es su impresionante laguna de agua dulce de 40 kilómetros de largo, un paraje único rodeado de manglares que colmaba las páginas de revistas de viajes con sus siete colores de tonos turquesa.
En los últimos años ha experimentado una explosión de turismo desmedido sin el apoyo de un plan de protección ambiental para salvar este delicado ecosistema. Además, el impacto de la deforestación, las tormentas tropicales que arrastran aguas fecales de las alcantarillas desbordadas y la filtración de agroquímicos derivados de los campos de su alrededor, ponen en riesgo su capacidad de regenerarse cada vez que sufre un episodio nuevo de contaminación.
En consecuencia, la laguna ha perdido sus tonos en una mancha verde y marrón, y los colores azules están en peligro de desaparecer. Los vecinos y los investigadores temen que nunca vuelva a ser la joya cristalina en la Riviera Maya que resistía el impacto del desarrollo urbanístico de la región como el que marcó a Cancún o Tulum.
Bacalar es el cuerpo de agua dulce más grande del Estado. Forma parte de un sistema de humedales conectados al sur de Quintana Roo en uno de los últimos vestigios del Caribe mexicano sin masificar. Rodeada de cenotes, el agua cristalina de la laguna alberga otro tesoro sin igual: los estromatolitos, construcciones microbianas de arrecife de agua dulce que representan los indicios de vida más antiguos en la Tierra.
Las postales raídas por el sol de ese paisaje todavía empapelan las calles de Bacalar con anuncios de tours en motos de agua, lanchas o excursiones para hacer snorkel. Pero al llegar a las orillas, el escenario es muy diferente.
Para Sara Cuervo, coordinadora regional del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS), las causas del deterioro del paisaje son varias. El crecimiento de la agroindustria que ha deforestado la selva y ha contaminado el suelo y el acuífero con agrotóxicos. El aumento de los asentamientos urbanos con la construcción de hoteles de forma descontrolada en la cabecera municipal y a las orillas de la laguna también jugaron un rol importante. Todo ello, acompañado de un sistema de drenaje insuficiente y obsoleto. “Varias casas costeras no tienen sistema de gestión de aguas negras y algunas tienen drenes que desembocan directamente en la laguna”, detalla. El aumento de nitratos, fosfatos y materia orgánica proliferan el crecimiento de algas. En paralelo, la descomposición llevada a cabo por las bacterias provoca anoxia (ausencia de oxígeno), que impacta directamente en la calidad del agua en un proceso llamado eutrofización.
El año 2020 fue una temporada inusualmente activa de huracanes y supuso la gota que colmó el vaso de este ecosistema tan frágil y ya contaminado. Las lluvias torrenciales de la tormenta Cristóbal encauzaron torrentes de agua a la laguna que traían fertilizantes y pesticidas de los cultivos que se extienden hasta Campeche. El desborde del alcantarillado afloró las aguas fecales y desembocaron en la laguna. “Fue una descarga inusual que hizo que la Laguna de los Siete Colores se tornara en una laguna negra. No es frecuente este fenómeno, ha pasado en años anteriores y ella sola se ha recuperado, solo que entonces no existía la presión y contaminación que existe ahora”, puntualiza. “La eutrofización lastima su capacidad de recuperarse”, añade. Casi un año después, la laguna no se ha recuperado del todo.
Pese a ser un paisaje muy delicado y estar sometido a varios riesgos de contaminación, Bacalar no cuenta con un programa de protección ambiental para preservar la laguna y controlar el daño de su entorno. La última propuesta, tratar de convertir la zona en un Área Natural Protegida (ANP), fue rechazada por las agrupaciones civiles, empresariales y los ejidos, las familias —en su mayoría de origen maya— dueñas de estos territorios tras la reforma agraria de la Revolución mexicana. La propuesta de ANP generó una polarización entre las comunidades que para Cuervo se lee “erróneamente como quienes sí quieren proteger a la Laguna y quiénes no”.
“Los ejidos están defendiendo sus derechos agrarios e impedirán que se les despoje de sus derechos sobre el control y uso de la tierra como lamentablemente ha ocurrido en Quintana Roo al decretarse territorios comunitarios bajo propiedad social áreas protegidas”, remarca. Un ejemplo reciente ocurrió cuando se declaró Área Natural Protegida a unos terrenos de Dziuché, al norte del Estado. Las noticias de la privatización de tierras por funcionarios y empresarios que cooptaron a habitantes locales aprovechándose de vacíos legales para hacerse con espacios de gran potencial turístico y urbanístico también disuaden a los ejidos.
Luisa Falcón, investigadora en Ecología bacteriana de la Universidad Nacional Autónoma de México, coincide en que la ANP “no es la solución mágica”, ya que si proteges de forma aislada a la laguna “estás cometiendo un error enorme”. “Una ANP no cambia los modelos agrícolas, no frena la tala de árboles en un área que es de las más deforestadas de Quintana Roo, no pone baños en las casas conectados a un sistema de drenaje de aguas fecales ni protege a los estromatolitos de los turistas que se suben encima para hacerse fotos”, enumera.
Sin embargo, insiste en que se necesita un plan de protección cuanto antes. Especialmente desde que el proyecto del Tren Maya del presidente Andrés Manuel López Obrador anunciara un acceso más fácil para que alrededor de 3.000 turistas puedan visitar Bacalar cada día. “El desarrollo masivo de grandes cadenas hoteleras que ocurre en Cancún y el norte no ha ocurrido en el sur. Son zonas inundables, y no se puede hacer el mismo desarrollo, pero a la gente no lo importa”, asegura.
Falcón conoce bien la laguna. Llegó por primera vez en 2004 a hacer una tesis de maestría. Entonces, el nivel de nitrógeno en el agua cristalina era tan bajo que no podía detectarse en sus medidores. Desde entonces ha viajado tres veces por año para seguir el monitoreo y ha comprobado el crecimiento drástico y acelerado de sustancias en el agua. “Llevamos años diciendo que los niveles de nitrógeno y fósforo están aumentando”, expresa indignada. “Solicite la ANP en 2017, pero necesitaba el consenso social de la comunidad de Bacalar.
Trabajamos esa propuesta durante años y no prosperó, nunca salió de las oficinas porque no quieren un estatus de protección para la laguna”, añade. Con todo, no se rinde. Hay en marcha una solicitud para que la laguna se sume a los 142 parajes designados como Humedales de Importancia Internacional (sitios Ramsar) en México. Pero Falcón teme que el compromiso de conservación llegue tarde al ritmo de deterioro del ecosistema.